Hipótesis erróneas y ciencia deficiente | 27 MAY 13
Desde la década de 1950, el concepto aceptado sobre la obesidad ha
sido simple: la obesidad es, fundamentalmente, el resultado de un
balance energético positivo, es decir que engordamos porque comemos en
exceso. Consumimos más energía de la que gastamos. Sin embargo, este
concepto se ha mantenido a pesar de la notable ineficacia de los
esfuerzos para solucionar el problema, reduciendo la ingesta o
favoreciendo un balance energético negativo, ya sea asesorando a los
pacientes para que coman menos o para que hagan ejercicios para gastar
calorías.
El autor sostiene que estos dos conceptos juntos muestran la notable
discrepancia de los conocimientos. Y toma como ejemplo algunas
afirmaciones halladas en The Handbook of Obesity (Manual de Obesidad)
publicado en 1998 y editado por tres de las autoridades más influyentes
en este tema. En el manual se lee que “el tratamiento dietético sigue
siendo la piedra angular del tratamiento de la obesidad, y la reducción
de la ingesta calórica sigue siendo la base de los programas de
adelgazamiento exitosos." Pero al mismo tiempo, el manual también afirma
que los resultados del tratamiento dietético son "pobres y no
duraderos.”
En lugar de resolver esta discrepancia cuestionando nuestras
creencias sobre la causa de la obesidad, dice Taubes, se tiende a culpar
al público (e implícitamente a los pacientes obesos) por no seguir
fielmente nuestros consejos. Y nos abrazamos al relativamente nuevo
supuesto de que la obesidad debe ser un trastorno multifactorial
complejo. Esto hace que nuestros fracasos para tratar el trastorno o
frenar la creciente epidemia de obesidad en todo el mundo sean de alguna
manera comprensibles y hasta aceptables.
Sin embargo, continúa, otra posibilidad es que el conocimiento básico
que tenemos de la etiología de la enfermedad sea incorrecto, y que ésta
sea la razón de la falta de progresos. Si esto es cierto, dice Taubes,
“entonces habría que rectificar este error etiológico, lo que sin duda
es absolutamente fundamental para el progreso futuro.”
Hipótesis del balance energético
A pesar de que su tratamiento es tomado como una verdad del
Evangelio, como predestinado por una ley física, el balance energético o
la hipótesis de la comida en exceso es solo eso, una hipótesis. Es en
gran parte el producto del pensamiento influyente de dos médicos
diabetólogos alemanes—Carl von Noorden, a principios del siglo XX, y el
internista estadounidense e investigador clínico Louis Newburgh, un
cuarto de siglo más tarde. Su aceptación como dogma se produjo en gran
parte debido a que su hipótesis—“la obesidad es un trastorno regulatorio
hormonal”—fue una hipótesis alemana y austríaca que se perdió con el
sentimiento anti alemán después de la segunda guerra mundial, y la
posterior adopción del idioma inglés como lengua franca de la ciencia en
lugar del alemán.
Hoy en día, es frecuente que la enseñanza de la Medicina se haga sin
tener en cuenta su historia─a diferencia de la física, por ejemplo─lo
que explica por qué la procedencia de la hipótesis del balance
energético es poco conocida, incluso por los médicos e investigadores
que son sus acérrimos defensores. Tampoco es muy conocido que existió
otra hipótesis, y que esta hipótesis pudo haber explicado mejor los
datos y las observaciones. Sabiendo esto, es fundamental tener en cuenta
la historia para entender cómo hemos llegado a la situación actual y,
de hecho, cómo podríamos resolverlo.
La aplicabilidad de las leyes de la termodinámica a los organismos
vivos data de la década de 1880 y está relacionada con la investigación
del fisiólogo Max Rubner. A finales del siglo XIX, los científicos
estadounidenses Wilbur Atwater y Francis Benedict confirmaron que esas
las leyes rigen también para los seres humanos: que las calorías que
consumimos se queman como combustible, se almacenan o se excretan. Esta
revelación llevó luego a von Noorden a proponer que "la ingestión de una
cantidad mayor de comida que la requerida por el cuerpo conduce a una
acumulación de grasa y a la obesidad, lo que continúa en forma
desproporcionada durante un período considerable."
A finales de la década de 1920, en la Universidad de Michigan,
Newburgh tomó la bandera del balance energético y sobre esta base se
promovió lo que él creía una verdad fundamental: "Todos los obesos son
iguales en un aspecto importante—literalmente, comen en exceso.” De este
modo, él adjudicó la obesidad al "apetito pervertido” (consumo excesivo
de energía) o a la " disminución de la pérdida calórica” (gasto
insuficiente). Él sostenía que si el gasto energético de la persona
obesa era normal y seguía sin restringir el consumo de alimentos, eran
pruebas suficientes para suponer que eran culpables de "varias
debilidades humanas como el exceso y la ignorancia."
En 1939, la trayectoria de Newburgh en la Universidad de Michigan fue
creciendo con el descubrimiento de que "todo el problema del peso
radica en la regulación de la entrada y la salida de calorías" y por
haber generalizado de modo no concluyente la teoría de que la obesidad
es el resultado de algún defecto fundamental.”
Sin embargo, como los escépticos señalaron en ese momento, el
concepto del balance energético tiene una falla obvia: es tautológico.
Si engordamos es que consumimos más calorías de las que gastamos, según
lo que dictan las leyes de la termodinámica ─y lo que debe haber pasado
es que comimos en exceso durante este proceso de engorde. Pero esto no
nos dice nada acerca de la causa. Aquí está la lógica circular:
¿Por qué engordamos?
Debido a que comemos en exceso.
¿Cómo sabemos que estamos comiendo en exceso?
Debido a que estamos engordando.
Y ¿por qué estamos cada vez más gordos?
Porque comemos en exceso.
Y así sucesivamente, dando vueltas y vueltas...
En 1940, el endocrinólogo Hugo Rony de la Northwestern School of
Medicine escribió en Obsity and Leanness: "La afirmación de que el
aumento primario del apetito puede ser una de las causas de la obesidad
no nos lleva muy lejos, a menos que se complemente con alguna
información sobre el origen del aumento primario del apetito. ¿Qué es lo
que afecta al mecanismo que normalmente ajusta el apetito a la pérdida
calórica? ¿Qué parte de este mecanismo se altera? "Cualquier anomalía de
la regulación que haga que las personas aumenten de peso, señaló Rony,
“los induciría a consumir más calorías de las que gastan.” “Entonces,”
agrega, "el balance calórico positivo sería más una consecuencia que una
causa.”
Según Rony, la hipótesis alternativa que supuestamente el trabajo de
Newburgh no habría determinado fue la idea de que el origen del
trastorno se debería a alguna "anormalidad intrínseca.” Esta era una
hipótesis endocrinológica que tomó las leyes de la física como un hecho y
rechazó como causas al comportamiento aberrante o a la ignorancia. En
ese momento, esas dos hipótesis diferentes existían simultáneamente.
Una de ellas fue la creación de Wilhelm Falta, alumno de von Noorden y
pionero de la ciencia endocrinológica. Falta creía que la hormona
insulina era la que básicamente manejaba la obesidad, como se señaló ya
en 1923, y que "para engordar es necesario que el páncreas esté
funcionalmente intacto." Una vez descubierta la insulina, Falta la
consideró como la principal sospechosa de la obesidad. "Podemos
concebir", escribió, "que el inicio de la obesidad puede estar
estimulado principalmente por la función reforzada del aparato insular,
por la que normalmente se continúa asimilando una cantidad mayor de
alimentos, y por lo tanto no se producen las respuestas que aparecen en
las personas en condiciones normales, quienes restringen el consumo de
los alimentos innecesarios."
La otra versión de la hipótesis fue relacionada a un concepto
conocido como lipofilia. Inicialmente, fue propuesta en 1908 por una
autoridad alemana en medicina interna, Gustav Von Bergmann, y luego
adoptado por Julius Bauer, quien en la Universidad de Viena hizo un
trabajo pionero sobre endocrinología, genética, y enfermedades crónicas.
Para explicar por qué el depósito de grasa no es uniforme en todo el
cuerpo, Von Bergmann inicialmente evocó el término lipofilia ("amor a
la grasa"). . De acuerdo con esta forma de pensar, así como crecen pelos
en algunas zonas y no en otras, engordamos en algunas áreas y no en
otras y existen factores biológicos que intervienen en este proceso. Von
Bergmann propuso que el tejido adiposo de las personas que son
constitucionalmente predispuestas a engordar es más lipofílico que el de
las personas constitucionalmente delgadas.
Y si las células grasas estuvieron cumulando calorías excesivas en
forma de grasa, se privaría a otros órganos y células de la energía que
necesitan para crecer, llevando al hambre o al letargo. Este podría ser
el efecto compensatorio del proceso de engorde y no la causa. "Al igual
que un tumor maligno, o el feto, el útero o las mamas de una mujer
embarazada ", explicó Bauer," el tejido lipofílico anormal se apodera de
los productos alimenticios, incluso en los desnutridos. Mantiene sus
reservas y puede aumentarlas independientemente de las necesidades del
organismo. Existe una especie de anarquía; el tejido adiposo vive por sí
mismo y no es influenciado por el manejo regulatorio como el resto del
cuerpo."
Erich Grafe, director de la Clínic of Medicine and Neurology de la
Universidad de Würtzberg, debatió sobre las diferentes hipótesis en su
libro de texto Metabolic Deseases and their Treatment, publicado con
traducción al Inglés en 1933. Grafe dice que es partidario del modelo
del balance energético de la obesidad, pero reconoció que este modelo no
explica una observación clave—¿por qué la grasa se acumula en ciertas
regiones del cuerpo?" Ciertamente, dice, la concepción calórica no puede
ser aplicada en este campo. La hipótesis de la lipofilia sí podría
hacerlo.
Grafe describió a la lipofilia como "una condición anormal que
facilita la producción de grasa e impide su destrucción. . . una especie
de lipomatosis universalis, en el sentido de que en ciertos tejidos la
lipofilia es primaria y el ahorro del gasto calórico es secundario."
Pero consideró que la hipótesis tiene un problema, ya que presupone la
sobrealimentación.” Sin embargo, Grafe reconoció que era buena hipótesis
de trabajo. En cuanto a las nociones de Falta, Grafe escribió, "se ha
observado que la insulina es una sustancia muy importante para la
ganancia de peso."
En 1938, Russell Wilder, de la Mayo Clinic y luego director del
National Institue of Arthritis and Metabolic Deseases, manifestó que la
hipótesis de la lipofilia "merece una atenta consideración", y que "el
efecto posprandial de sustraer de la circulación incluso un poco más de
grasa que de costumbre bien podría representar un sentido retardado de
la saciedad como también el gusto frecuentemente anormal de los obesos
por los carbohidratos. . . Una leve tendencia en esta dirección tendría
un profundo efecto con el transcurso del tiempo." Dos años más tarde,
Rony escribió en Obesity and Leanness que la hipótesis era "bastante
aceptada" en Europa.
Barreras del lenguaje
Tal vez sea así. Pero se perdió con la segunda guerra mundial y
después con la adopción del inglés como lengua franca de la ciencia. En
los capítulos de Grafe sobre obesidad, más del 90% de las 235
referencias proviene de la literatura en lengua alemana. Esto también es cierto para
un tercio de las casi 600 referencias de Obesity and Leanness de Rony.
Pero después de la guerra, las referencias del alemán desaparecieron
rápidamente. En Obesity, publicado en 1949 por dos médicos de la Mayo
Clinic, Edward Rynearson y Clifford Gastineau, solo 14 de sus 422
referencias provienen de la literatura en lengua alemana, en comparación
con una docena solo de Louis Newburgh. Hacia finales de la década de
1960 y en la década de 1970, cuando se escribió la siguiente generación
de libros de texto, casi no hubo referencias alemanas, al igual que las
observaciones clínicas, la experiencia y las percepciones que iban con
ellas.
Para entonces, la obesidad se había convertido en un trastorno
alimentario, tratado y estudiado por psicólogos y psiquiatras, mientras
que los investigadores de laboratorio estaban enfocados (y todavía lo
están) en identificar los determinantes fisiológicos del hambre, la
saciedad y el apetito: ¿Por qué comemos demasiado, en lugar de por qué
nos guardamos mucha grasa? Dos cuestiones totalmente diferentes.
Lo que hace que esta transición sea retrospectivamente tan
discordante es que en la década de 1960 coincidió con que se llego a la
conclusión que la hormona insulina es el principal regulador de la
acumulación de grasa en los adipocitos. Las ideas de Falta y la
hipótesis de la lipofilia sobrevivieron a la segunda guerra mundial y
este descubrimiento habría generado las dos hipótesis juntas.
Y debido a que los niveles séricos de insulina son estimulados
eficazmente por el contenido de carbohidratos de la dieta, esta
hipótesis implicaría a los granos refinados altamente glucémicos y los
azúcares (sacarosa y jarabe de maíz con elevado contenido de fructosa,
en particular) como los desencadenantes ambientales de la obesidad.
Podrían ser considerados como particularmente engordantes, como lo había
sugerido Falta, no porque los comemos en exceso o sino porque que
desencadenan una respuesta hormonal que impulsa la separación de la
energía consumida para ser almacenada como grasa. Esto podría haber sido
percibido, pero no lo fue, como un triunfo médico: el esclarecimiento
tanto de los fundamentos biológicos de la obesidad como la explicación
de lo que hasta entonces se conocía como causa.
El hecho que la hipótesis insulina-carbohidratos nunca haya ganado
fuerza puede ser explicado, paradójicamente, por el hecho de que fue
bien acogida por los médicos prácticos, quienes basados en la literatura
sobre fisiología y bioquímica luego diseñaron dietas restringidas en
carbohidratos que parecían funcionar muy bien. En efecto, los cursos
académicos sobre tratamiento dietético de la obesidad y las conferencias
sobre obesidad realizadas desde el final de la segunda guerra mundial
durante toda la década de 1970 se centraron siempre en la sorprendente
eficacia de las dietas restringidas en carbohidratos para reducir el
exceso de adiposidad.
Cuando posteriormente aquellos médicos escribieron libros sobre
dietas y estos libros se vendieron extremadamente bien—sobre todo el
libro Dr. Atkins´s Diete Revolution (1972)—el resultado fue una
reacción de los nutricionistas académicos e investigadores de obesidad.
Fred Stare, por ejemplo, jefe del Departamento de Nutrición de Harvard,
testificó en 1972 ante audiencias del Congreso que los médicos que
prescribían este tipo de dietas eran "culpables de mala praxis", basado
en que estas dietas eran ricas en grasas saturadas; al mismo tiempo, la
comunidad médica estaba reconociendo que las dietas ricas en grasas eran
la causa de enfermedades cardíacas.
Lo que exacerbó el problema de las
grasas de la dieta fue que esos planes dietéticos alentaron a los obesos
a comer hasta la saciedad todo lo que querían (siempre y cuando
evitaran los hidratos de carbono), cuando se sabía que comer todo lo que
querían los engordaba.
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A mediados de la década de 1970, las dietas se habían convertido en una moda peligrosa (a pesar de ser utilizadas comúnmente en los hospitales, incluyendo la Harvard Medical School, y de existir por lo menos desde la década de 1820) y los autores médicos en curanderos.
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A mediados de la década de 1970, las dietas se habían convertido en una moda peligrosa (a pesar de ser utilizadas comúnmente en los hospitales, incluyendo la Harvard Medical School, y de existir por lo menos desde la década de 1820) y los autores médicos en curanderos.
La noción de que la obesidad no es un trastorno de la alimentación o
un desequilibrio energético sino una acumulación de grasa—un trastorno
de la regulación hormonal—desencadenada no por un desequilibrio
energético sino por la calidad y cantidad de carbohidratos de la dieta
ha sido desde entonces sistemáticamente rechazada, sin merecer una
atención seria.
En el siglo XXI, siglo de la genómica, la proteómica y la alta
tecnología de la medicina, es difícil imaginar que el problema de la
obesidad podría haber sido efectivamente resuelto en la década de 1960,
en pleno florecimiento de la endocrinología. Más bien, se supone que
estas hipótesis competitivas han sido rigurosamente probadas y que la
hipótesis que triunfó fue la del equilibrio energético. “Nosotros
sabemos que es el exceso de calorías y no el consumo de carbohidratos lo
que nos engorda─comer demasiado, más que la presencia de “tejido
lipofílico anormal”─ porque esto es lo que la ciencia nos ha dicho,”
dice Taubes.
Pero este no es el caso. Uno de los problemas ha sido haber comprendido en forma errónea casi la totalidad de la hipótesis alternativa y, de hecho, el desequilibrio energético mismo.
La existencia de un desequilibrio en las personas que están cada vez
más gordas es considerada una evidencia de que la hipótesis del balance
de energía es correcta, como lo hizo Newburgh. Lo mismo puede decirse de
las observaciones acerca de que las personas son obesas porque comen
más grasa o son más sedentarias, o incluso porque disponen de más
alimentos per cápita, concepto que ha ido en aumento durante el
transcurso de la epidemia de obesidad, o que la actividad física en el
tiempo libre ha disminuido. Todas estas observaciones, sin embargo,
coinciden en ambas hipótesis.
Los intentos de culpar a la mayor disponibilidad de calorías de la
epidemia mundial de obesidad, típicamente ignoran el hecho de que este
aumento es en gran parte de hidratos de carbono, y que
esos hidratos de carbono son principalmente azúcares—sacarosa o jarabe
de maíz con elevado contenido de fructosa. De esta forma, estas
observaciones no aclaran si se debe culpar a las calorías totales o a
las calorías de los carbohidratos. Tampoco aclaran sobre la cuestión más
fundamental: si las personas o las poblaciones engordan porque comen
más, o comen más debido a que la composición de macronutrientes de sus
dietas promueve la acumulación de grasa—aumento de la lipogénesis o
disminución de la lipólisis—provocando un aumento del apetito.
Lo mismo es cierto para la cirugía bariátrica, que en la actualidad
es reconocida como un medio muy eficaz para inducir la pérdida de peso a
largo plazo. Pero ¿la pérdida de peso se produce después de la cirugía
debido a la reorganización del tracto gastrointestinal lo provoca
efectos hormonales que disminuyen el apetito, o disminuyen directamente
la acumulación de grasa? ¿Ocurre porque el paciente reduce el consumo de
calorías totales después de la cirugía o reduce las calorías de los
carbohidratos y, en concreto, los granos refinados y los azúcares? El
hecho que la cirugía bariátrica induzca el descenso de peso no responde a
estas preguntas.
Como 80 años atrás Erich Grafe señalara sobre la hipótesis de la
lipofilia, se "presupone la sobrealimentación." Si un paciente está
engordando, debe estar consumiendo más energía de la que gasta. Con la
hipótesis del desequilibrio energético, la causa es la
sobrealimentación; con la hipótesis de la lipofilia, la
sobrealimentación es compensatoria, una respuesta al estímulo hormonal
para la acumulación de grasa.
Las bebidas azucaradas son otro ejemplo de cómo estas diferentes hipótesis conducen a diferentes conclusiones que son relevantes para la solución de la epidemia de obesidad en todo el mundo. El concepto tradicional es que las bebidas azucaradas son calorías vacías que se consumen en exceso, aunque es posible que el metabolismo hepático de la fructosa (un componente clave de los hidratos de carbono que hace que estos azúcares sean dulces) elude de alguna manera la señalización de la leptina, haciendo que estas bebidas y sus calorías se consuman aun en ausencia de hambre.
Las bebidas azucaradas son otro ejemplo de cómo estas diferentes hipótesis conducen a diferentes conclusiones que son relevantes para la solución de la epidemia de obesidad en todo el mundo. El concepto tradicional es que las bebidas azucaradas son calorías vacías que se consumen en exceso, aunque es posible que el metabolismo hepático de la fructosa (un componente clave de los hidratos de carbono que hace que estos azúcares sean dulces) elude de alguna manera la señalización de la leptina, haciendo que estas bebidas y sus calorías se consuman aun en ausencia de hambre.
La hipótesis hormonal o regulatoria también se centra en el
metabolismo hepático de la fructosa, pero más que en la leptina se apoya
en la evidencia que indica que el metabolismo de la fructosa puede
inducir la resistencia a la insulina, provocando a su vez
hiperinsulinemia y atrapamiento de grasa en los adipocitos—aumentando la
lipofilia.
Otro de los problemas endémicos de la investigación de la obesidad y
la nutrición, desde la segunda guerra mundial, ha sido la hipótesis de
que unos pocos experimentos controlados y estudios de observación fueron
suficientes para fundamentar las creencias y promulgar las guías de
salud pública. Esto es racionalizado por el hecho de que cuando se trata
de seres humanos y enfermedades crónicas a largo plazo es
extremadamente difícil (y excesivamente costoso) hacer investigaciones
mejores. Esto puede ser verdad, pero no niega el hecho de que la
evidencia surgida de esa investigación es intrínsecamente incapaz de
establecer un conocimiento confiable.
Las deficiencias de los estudios de observación son evidentes y no
deberían ser conflictivas. Estos estudios, sin importar su tamaño o su
número, solo indican asociaciones—proporcionando datos generadores de
hipótesis—y no relaciones causales. Estas hipótesis luego tienen que ser
rigurosamente probadas. Este es el núcleo del proceso científico. Sin
pruebas experimentales rigurosas no se sabe nada Importante sobre la
causa de las enfermedades en estudio o sobre las terapias que podrían
ser efectivas para mejorarlas. Todo lo que se tiene son especulaciones.
En cuanto a los ensayos experimentales, también han estado viciados.
Más notable es la falta de variables de control, en particular en los
ensayos de vida libre. Los investigadores aconsejan comer dietas
compuestas por diferentes macronutrientes—por ejemplo, dieta hipograsa,
hipohidrocarbonada y dieta mediterránea—durante toda la vida. En estos
ensayos, las dietas restringidas en carbohidratos casi invariablemente
muestran una mayor pérdida de peso a más corto plazo, a pesar de
permitir que los participantes coman todo lo que quieran, comparado con
las dietas hipocalóricas que también reducen la cantidad hidratos de
carbono y mejoran su calidad.
En estos ensayos, las dietas de carbohidratos ad libitum
también han mejorado las enfermedades cardíacas, la diabetes y los
factores de riesgo, mejor que las dietas con las que se compararon. Pero
después de un año o dos, los resultados no eran significativos,
mientras que los intentos por cuantificar cuáles son los participantes
que mantienen la dieta, la conclusión es que a largo plazo hay poco
cumplimiento, cualquiera sea la dieta adoptada.
En lugar de reconocer que estos ensayos son incapaces de responder a
la pregunta de cuál es la causa de la obesidad (que se supone evidente,
en cualquier caso), se siguen considerando investigaciones importantes,
por lo menos, en cuanto a la cuestión de cuál es la dieta que funciona
mejor─lo que a su vez es importante para la cuestión de la causalidad.
Para bajar de peso ¿se deberían restringir las calorías o los carbohidratos?
Si la respuesta es que no parece importar porque los participantes
finalmente abandonan cualquiera de las dietas, de alguna manera esto se
percibe como una confirmación de que la única manera de perder peso es
reducir las calorías, y por lo tanto, la hipótesis correcta es la del
balance energético.
Dice Tauber: “Imagínese llegar a conclusiones sobre la causa del
cáncer de pulmón o la reducción del riesgo que se puede lograr por dejar
de fumar, basados en las tasas de éxito de las técnicas para la
cesación de fumar utilizadas en los ensayos experimentales para dejar de
fumar —ejemplo, cesar bruscamente versus usar el parche o el chicle de
nicotina. La lógica es similar, si no idéntica.
En definitiva, lo que queremos saber es lo que causa el aumento de
peso. Esa es una cuestión totalmente diferente de si asesorar a alguien a
que siga una dieta mediterránea es más o menos eficaz que una dieta
baja en grasas o una dieta restringida en carbohidratos o alguna
variación de la misma.
En estudios metabólicos, en los que las dietas de los participantes
han sido bien controladas, los investigadores normalmente restringieron
las calorías en ambas ramas de participantes—alimentación con 800
calorías de una dieta hipograsa versus una dieta
hipohidrocarbonada—introduciendo de esta manera en el diseño del estudio
una de las hipótesis, que es la que en última instancia se está
probando. Lo que queremos saber, de nuevo, es lo que nos hace subir de
peso y no si la pérdida de peso puede ser inducida por diferentes
condiciones, como la semihambre o la restricción de hidratos de
carbono.”
Parece que tenemos dos opciones, dice el autor. “Nosotros podemos
continuar examinando y debatiendo el pasado, o podemos mirar hacia
delante y empezar de nuevo. Hace un año, junto con el médico Peter Attia
y el apoyo de la Laura and John Arnold Foundation, en Houston, Texas,
hemos fundado una organización sin fines de lucro llamada Nutrition
Science Iniciative (NuSI.org) cuya estrategia es financiar y facilitar
ensayos experimentales rigurosamente controlados, realizados por
investigadores escépticos, independientes. Para este programa de
investigación, esa fundación aportará 40 millones de dólares durante los
próximos 3 años.
Nuestra esperanza es que estos ensayos sean los
primeros pasos para responder definitivamente la cuestión de cuál es la
causa de la obesidad y ayudarnos finalmente a hacer un progreso
importante en su contra.”
“En última instancia, creemos que se necesitan tres condiciones para
avanzar en la lucha contra la obesidad y las enfermedades crónicas
relacionadas, sobre todo la diabetes de tipo 2.
- En primer lugar, es la aceptación de que existen hipótesis alternativas de la obesidad, o incluso múltiples hipótesis alternativas, sabiendo que éstas también adhieren a las leyes de la física y deben ser probadas con rigurosidad.”
- “Segundo, es la negativa a aceptar a la ciencia deficiente como
suficiente para establecer un conocimiento confiable, y mucho menos para
dictar normas de salud pública. Cuando se publican los resultados de
los estudios, los autores deben ser extremadamente honestos acerca de
las posibles deficiencias y todas las explicaciones alternativas
razonables para lo que se ha observado.” Como dijo el premio Nobel de
Física, Richard Feynman hace ya medio siglo: "Si la ciencia es progreso,
lo que necesitamos es la capacidad para investigar, la honestidad para
presentar los informes de los resultados, los que deberán ser
comunicados sin que nadie anticipe cuáles serían los resultados que les
hubiesen gustado—y, algo importante—la inteligencia para interpretar los
resultados. Un punto relevante acerca de esta inteligencia es que no se
debe estar seguro antes de tiempo de lo que debe ser."
- Por último, agrega el autor, “si lo mejor que hemos hecho hasta ahora no es suficientemente bueno, si los ensayos controlados y los estudios de observación son poco confiables, lo que debería ser indiscutible, entonces tenemos que encontrar la voluntad y los recursos para hacerlo mejor. Con los gastos inconmensurables que hoy en día produce la obesidad, prácticamente cualquier suma de dinero que se gaste en investigaciones sobre la nutrición estaría justificada, por el ahorro generado a largo plazo en el sistema sanitario y en la salud de las personas.”
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